Es la población de chopo cabecero más meridional en la Península Ibérica que se conoce. Toda una verdadera singularidad cultural.
Por Chabier de Jaime Lorén
Chopo trasmocho en el arroyo Bodurria (Sierra de Baza).
© Chabier de Jaime
La Sierra de Baza forma parte de la cordillera Bética. Entre Sierra Nevada y la Sierra de los Filabres, asomando sobre las Hoyas de Guadix y de Baza, emergen unas montañas que culminan en el monte Santa Bárbara (2.271 m.). Está situada en la provincia de Granada aunque linda con la de Almería.
Eclipsadas para el público por las cercanas y espectaculares cumbres del Mulhacén y del Veleta, alejadas también de la turística ciudad de Granada, estas sierras interiores son poco conocidas por los viajeros. Incluso por los naturalistas. Sin embargo, albergan unos valores ambientales que las han hecho merecedoras de su declaración como Parque Natural por la Junta de Andalucía en 1989 en una extensión de 53.649 hectáreas.
De todos ellos, es especialmente destacado es el conjunto de comunidades vegetales organizados en pisos de vegetación entre los que sobresalen los pinares de montaña (albar y negral), los bosquetes de arces y los prados de alta montaña. Pero los valores geológicos no son de menor interés tanto en lo referente a los procesos y estructuras tectónicas, en lo tocante a la litología como en cuanto a la geomorfología.
Este territorio, antiquísimamente poblado por el ser humano, ofrece demás múltiples huellas de su actividad integrándose los valores culturales y los ambientales, a pesar de la desaparición de las comunidades rurales de montaña, barridas tras el éxodo de los años 60.
A primeros de diciembre, del pasado año 2013, viajamos hasta esta sierra desde nuestras tierras turolenses. Accedimos a la sierra por su vertiente norte, desde las depresiones de Guadix y de Baza. Este conjunto de hoyas conforman un territorio en el que encontramos rasgos que nos recordaron a ciertas comarcas del sur de Aragón. Un altiplano situado a más de 800 m. de altitud y rodeado de elevadas montañas. Una cubeta sedimentaria –antigua laguna endorreica- con potentes depósitos de arcillas. Un clima frío y seco, afectado por el efecto foehn o föhn, ejercido por las potentes sierras próximas. Un paisaje agrícola de cereal y almendro, con la singularidad del olivo que asciende hasta los 900 m. por efecto de la latitud, y unas vegas dedicadas mayormente al cultivo de los chopos híbridos. Como si estuviéramos en el valle del Alfambra, en Teruel. Como veremos más adelante, no fue lo único que encontramos en común con las tierras altas de esta provincia aragonesa.
Desde Caniles nos dirigimos hacia el sur atravesando primero campos de cereal, de almendros y de cultivos de plantas aromáticas. Pero, conforme comenzamos a ascender, encontramos un paisaje muy diferente.
A pesar de la notable altitud y de la relativa proximidad al mar, estas vertientes están afectadas por la sombra pluviométrica que ejercen las sierras del entorno. Lo que encontramos debió ser hasta hace unas pocas décadas un paisaje ganadero. Pastizales ralos en su día, hoy en proceso de recuperación tras el retroceso de la cabaña ovina y caprina de las últimas décadas. Un paisaje que nos hablaba también de erosión por las acusadas pendientes, por la naturaleza deleznable de sus los materiales detríticos y por la secular deforestación. Era un paisaje muy bello formado predominantemente por esparto y retama. Plantas xerófilas y heliófilas, tolerantes a las heladas, con adaptaciones para sobrellevar la tremenda presión ambiental.
Al remontar de nuevo cambió el paisaje. Entramos en el pinar
Pinares negrales (salgareños, dicen allí) plantados por los años 60 sobre abruptos montes de sustrato silíceo (esquistos y gneises) y sobre el dominio del carrascal, aunque también del propio pino negral. Estas plantaciones fueron realizadas en un contexto histórico del desarrollismo franquista y en un marco social de abandono de la población rural hacia los polos industriales españoles. Seguramente no debieron estar exentos de conflicto por ser afectar a un territorio extensísimo, casi inabarcable con la vista.
Sin embargo, aún encontramos actividad ganadera, fundamentalmente rebaños de ovejas que pacían en los claros de los pinares. Un aprovechamiento amenazado que conlleva un patrimonio cultural a conservar y una necesaria herramienta de gestión del monte.
Subimos por la carretera que lleva a Escúllar hasta la cota de los 1.900 metros donde aún encontramos nieve sobre el firme en alguna umbría. Y dimos con nuestro objetivo. El acceso al sendero de los álamos centenarios.
Descendimos entre el pinar por el barranco del Aguardentero en busca del Arroyo Bodurria. Un valle alto que estaba enmarcado por cimas de casi 2.000 metros. En el fondo fuimos encontrando algunas tierras de labor, las más abandonadas y cubiertas de herbáceas, aprovechadas hoy como pastos. Cerca de los campos dimos con los primeros álamos negros (Populus nigra).
Eran árboles de troncos gruesos y huecos, con corteza agrietada y con abultamientos laterales. Árboles de porte tortuoso, con ramas dispuestas desordenadamente y que parecían descansar sobre un soporte más antiguo. Algo extraño y familiar a un tiempo para nosotros que hemos estudiado visto miles de chopos cabeceros en la cordillera Ibérica.
Al poco alcanzamos el propio arroyo Bodurria, donde la notable altitud y las fechas invernales permitían la presencia de hielo, a pesar de lo avanzado de la mañana.
Avanzamos un poco más y dimos con los álamos centenarios. Eran unos chopos muy veteranos, más que centenarios, nos atrevemos a decir, con grandes huecos en su tronco, aunque sin una toza clara desde la que surgieran las ramas principales, curvadas muchas veces, y que nacían muchas veces a distintas alturas.
Chopos cabeceros en Aguilar del Alfambra (Teruel).
© Chusé Lois Paricio
Estos árboles parecían trasmochos. Pero nos costó confirmarlo ya que el turno de escamonda debió perderse hace muchas décadas. Tal vez más de sesenta años. Nos acercamos a un cortijo que estaba siendo recuperado por sus antiguos pobladores. El más mayor rondaba los setenta años y nos contó que había vivido en la sierra hasta los quince años. El conoció la tala de muchos chopos bravíos pero no conoció el aprovechamiento de las ramas mediante la escamonda. Vimos muchos tocones que lo confirmaban. Y seguimos estudiando los árboles. Al cabo, dimos con un grupo en el que eran evidentes las superficies de corte en la base de las ramas, en la misma cruz del tronco. Eran trasmochos. Un corte que debió realizar el leñador desde el propio suelo. Algo extraño. Una de las razones de ser de los árboles trasmochos es la de asegurar la producción de madera y, al tiempo, garantizar el rebrote desde el tronco lejos del diente del ganado. Es una secular técnica de producción agroforestal muy extendida en Europa. Sin embargo, unos troncos tan bajos no aseguraban el ramoneo de los jóvenes brotes, especialmente de la cabra, que debió ser tan común en estos montes. Algo raro.
Tal vez hubiera un par de cientos de ellos en la ribera del arroyo Bodurria. También los había bravíos. Más jóvenes, generalmente siendo todos ellos objeto de interés entre los gestores de este espacio natural protegido.
Aguas abajo encontramos un bosquete de álamo temblón (Populus tremula), con ejemplares en buen estado y de gran interés biogeográfico por encontrarse en su límite meridional ya que esta especie es más propia del ámbito eurosiberiano.
Vestigios humanos de la intensa vida que vivió este valle
Estaban junto a la aldea de Los Mellizos, abandonada desde hace más de cuarenta años. Esta cortijada es un testimonio de la intensa vida serrana en estos montes previa a la emigración y a la plantación de pinos. Hoy en ruinas, recorrer el caserío nos hacía imaginar las voces de las gentes y de los ganados, los huertos cultivados y el olor del humo de las chimeneas y de los hornos, por entonces en pleno uso.
Volviendo a pensar en el uso de los viejos álamos trasmochos llegamos al pequeño cementerio, cuya puerta estaba recién restaurada. En el suelo se habían dejado las antiguas vigas del antiguo pórtico. Eran ramas curvadas, como las de los chopos del arroyo. Lo mismo pudimos confirmar al observar los edificios que aún quedaban en pie. Las vigas eran también de álamo negro.
Suponemos que estos montes debieron estar profundamente deforestados en las dos últimas centurias. Especialmente, a finales del siglo XIX y principios de XX, momento en el que se produciría el pico demográfico. La necesidad de fustes para madera de obra pudo solventarse mediante el manejo de los chopos negros del arroyo. Bien mediante el manejo de la escamonda (trasmochos) bien mediante la tala de árboles bravíos de menor diámetro. La presencia de los viejos y abandonados trasmochos nos encamina hacia la primera hipótesis.
No teníamos constancia de la existencia de chopos cabeceros en territorios tan meridionales. Los hemos estudiado en la cordillera Ibérica, desde Burgos a Valencia, especialmente en las tierras altas de Teruel donde son muy abundantes y configuran el paisaje agrario de amplias comarcas. Las dehesas y alineaciones de álamos trasmochos de Teruel son las mayores concentraciones de Europa, donde pueden encontrarse aisladamente en Inglaterra, Francia, Hungría y Turquía. Solo un dato. En Teruel, la cuenca del río Pancrudo (500 km2) alberga una población de 23.015 ejemplares. Muchos para ser un árbol que solo crece en cursos de agua.
Chopos cabeceros en Olalla (Valle del Pancrudo-Teruel).
© Chabier de Jaime
El chopo cabecero es un producto cultural íntimamente arraigado en las comunidades rurales del sur de Aragón. Hay documentos tardomedievales que regulan los aprovechamientos de las dehesas fluviales y el aprovechamiento de las ramas que se obtienen de los árboles en los que puede subirse un hombre.
Cuando leímos en las páginas del Proyecto Sierra de Baza la existencia del bosquete de los álamos trasmochos centenarios del Arroyo Bodurria en Los Mellizos nos llevamos una grata sorpresa. Era una referencia de gran interés. Y fue lo que motivó nuestra visita.
Teníamos constancia previa de la existencia de chopos cabeceros en la sierras interiores de la Región de Murcia, territorio repoblado por aragoneses tras su conquista por los cristianos. La sierra de Baza está a menos de menos de 100 km. de Sierra Espuña, una de estas sierras murcianas. Es posible que el intercambio cultural posibilitase la extensión de este aprovechamiento del chopo negro en esta sierra granadina. Pero no es más que una conjetura. En cualquier caso, estos árboles tienen una notable singularidad y su gestión tradicional incluye aspectos que se nos escapan.
Es urgente tomar medidas silvícolas para salvar a estos singulares árboles
Los álamos trasmochos de Los Mellizos se encuentran en una delicada situación. La pérdida del turno de escamonda hace muchas décadas ha ocasionado su atrincheramiento y la muerte de sus yemas terminales. Casi todos están puntisecos y muchos tienen ramas desgajadas. No pocos están muertos. Su conservación pasa por retomar la escamonda. Aunque no es segura la respuesta de los árboles ya que son ejemplares decrépitos y de notable edad. Pensamos que merece la pena experimentar en algunos ejemplares. Son monumentos vivos. Además de árboles de notable valor ecológico, por ofrecer huecos y madera muerta, algo esencial en los bosques.
Una sola jornada invernal por la sierra de Baza nos descubrió alguno de sus numerosísimos valores ambientales. Es un territorio que merece la pena conocer, que en muchos aspectos evoca a las sierras del sur de la Ibérica. Pero también con notables diferencias. También la población de chopo cabecero más meridional en la península Ibérica que conocemos, una verdadera singularidad cultural.
Agradeceríamos tener noticias de la existencia de otros grupos de álamos negros trasmochos (y también de otros árboles igualmente manejados mediante la escamonda) en la Sierra de Baza y en otras sierras de la provincia de Granada (o de Andalucía) para mejorar nuestro conocimiento.
Les invitamos a visitar la web: www.chopocabecero.com donde encontrarán mucha más información sobre estos árboles trasmochos y el blog Natura Xilocae http://naturaxilocae.blogspot.com.es/ una bitácora naturalista de la comarca del Jiloca, donde hemos incluimos un reportaje sobre nuestra excursión a la Sierra de Baza.
Chabier de Jaime Lorén
Natura Xilocae
http://naturaxilocae.blogspot.com.es/
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