Curiosidades de la naturaleza: el celo de la cabra montés
Con la llegada del invierno comienza el celo de esta especie
© José Ángel Rodríguez
Grupo mixto de machos y hembras de cabra montés, los que solo se forman durante la época invernal de celo.
PROYECTO SIERRA DE BAZA
01/12/2024
Cuando la noche se impone sobre la luz, cuando las temperaturas bajan ostensiblemente y se implantan los días del más crudo invierno, arranca en los montes y sierras en que habita la cabra montés (Capra pyrenaica), como la zona de la Sierra de Baza-Los Filabres, el celo de la cabra montés, un fenómeno menos llamativo y conocido que la berrea del ciervo, pero también lleno de curiosidades en las que vamos a profundizar con este artículo intentando conocer el fenómeno del celo de las montesas, una curiosidad natural dentro de la etología de esta especie que ha sido ampliamente estudiada por observadores de la naturaleza y científicos.
La cabra montés es una especie muy gregaria, de forma que se agrupa en grandes rebaños a lo largo del año, pero con la peculiaridad de que la mayor parte del año se mantienen separados los machos de las hembras; sobre esta conducta se han dado varias explicaciones, como la de que responde a las diferentes conductas metabólicas de los sexos, si bien la más admitida y compartida es la de que se debe a la necesidad de no competir por el alimento los grupos de machos con las hembras y crías que acompañan a estas últimas.
Los machos forman harenes que pueden agrupar unas diez hembras
© José Ángel Rodríguez
Macho de cabra montés moviéndose con su harén por la zona de piornal y sabinas rastreras de la Sierra de Baza.
La separación sexual se rompe durante la época de estro o celo de la cabra montés, coincidiendo con el ciclo reproductivo anual, que suele coincidir con los rigores invernales, de modo que suele extenderse desde finales de noviembre a mediados de diciembre y hasta febrero-principios de marzo, con un máximo en el arranque en la primera quincena de diciembre.
Las diferencias en la distribución temporal de los períodos de celo se deben a factores tales como precipitaciones, temperatura ambiental, luz solar, latitud, estado físico de los individuos, densidad de la piara o rebaño o competencia alimenticia.
Separados machos y hembras a lo largo del año
© José Ángel Rodríguez
Grupo de machos monteses moviéndose por una zona de cumbres de la Sierra de Baza, con el macho de mayor porte abriendo la marcha.
Durante la concreta época del celo de la cabra montés, dejan los hábitos que tenían estos animales de permanecer separados machos y hembras, formándose grupos mixtos, que son dirigidos por una hembra vieja. Los machos compiten entre sí por el acceso a la reproducción, lo que está particularmente determinado por el tamaño de las cuernas, que se manifiestan como verdaderos órganos de poderío físico, pero también de exhibición sexual, los que a su vez dependen de la edad, salud y vigor del animal y de su alimentación.
© José Ángel Rodríguez
Macho montés en típica posición de cortejo ante una hembra.
En torno al cortejo de las hembras hay todo un ritual, que se diferencia claramente entre los machos y hembras. La pauta de cortejo típica de los machos de cabra montesa consiste en tener la cabeza y cuellos estirados hacia delante, con los cuernos hacia atrás fuera de la vista de la hembra, y la cola levantada, dejando libre la glándula anal para poder difundir mejor sus feromonas. Con esta postura, el macho se sitúa detrás de la hembra, dando a su vez pequeños golpes con la pata delantera y batiendo la lengua, incitando a la hembra a que muestre una postura receptiva. Si la hembra no está en celo, la misma responde volviéndose y dando con los cuernos al macho para apartarlo, y a menudo orina. De esta forma el macho olfatea la orina y ventea comprobando el estado de estro de la hembra. Si la hembra está en celo, esta mantiene la espalda arqueada, las patas traseras un poco abiertas y la cola retirada del perineo, al tiempo que anda lentamente esperando el contacto sexual con el macho.
Una especie adaptada a la alta montaña y los rigores invernales
© José Ángel Rodríguez
Grupo familiar de montesas moviéndose entre la nieve.
Se estima que hasta los cuatro o cinco años los machos no empiezan a participar en el celo, cuando ya son adultos, pero son los machos mayores de ocho años (los llamados machos viejos), los que monopolizan a la mayoría de las hembras, pero para llegar a la cópula los machos adultos de similares tamaños protagonizan espectaculares peleas, para lo que se colocan en posición bípeda, toman impulso y se dejan caer sobre sus contrincantes, chocando los cuernos de forma violenta al tiempo que efectúan un empuje frontal, que es el que va a marcar la defensa del territorio.
Cuando un macho alcanza la cópula, tiene lugar de una forma fugaz y breve, de forma que tan solo dura dos o tres segundos, cubriendo los machos tantas hembras como puedan; por parte de las hembras no se rechaza la cópula con más de un macho, pudiendo ser fecundadas por más de un macho.
Las hembras suelen ser fecundadas por primera vez a los dos años y medio, así una hembra que nació en la primavera de este año 2024, podrá ser madre a partir del invierno del año 2027.
Tras 155 días de gestación, paren una cría y excepcionalmente dos, cuando no hay alta densidad de ejemplares y la alimentación es buena. Algunos estudios han puesto de manifiesto que en torno a un diez por ciento de los partos son dobles.
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