La Cabra Montés: monografía de una especie en la provincia de Granada
Fantasía marina
Por Roberto Travesí
Puede ampliarse pulsando sobre la imagen
600 mm, 1/1000 sg, f/8, ISO 100 (focal efectiva: 960 mm, imagen sin recorte)
Modo de disparo: Manual, temporizador, bloqueo de espejo
Formato: RAW+JPG
Canon EOS 7D Mark II, Canon EF 300 mm f/2.8L IS II USM + Extender EF 2x III, trípode Bilora Perfect Pro C324 con rótula Manfrotto 128 RC
Comenzamos nuestra andadura montesera provincial por las cotas más bajas, nuestra quebrada costa, colonizada desde los años 80 por las monteses. No hay estudios o referencias sobre su procedencia, aunque siempre he supuesto que algunas monteses llegaron allí despavoridas, huyendo de los lamentables y gigantescos incendios de la sierra de La Almijara (en sentido amplio, provincias de Granada y Málaga). El primero de ellos, ocurrido en 1975, calcinó más de 10.000 ha., siendo considerado en su momento el mayor de España y ocasionando un gran impacto ecológico; el segundo, acontecido en 1982 y dantesco también pero de proporciones algo menores, se cebó con la mayor parte de las masas naturales que sobrevivieron al primero. Ambos dejaron una impronta de muerte por todas estas sierras, incluyendo monteses calcinadas (como bien se pueden apreciar en los documentos fotográficos realizados en su momento por mi estimado Sebastián García Acosta, de Frigiliana). Probablemente fue este segundo incendio el origen de la colonización de lo que es hoy día el Paraje Natural Acantilados de Maro-Cerro Gordo, que en la actualidad presenta en algunos puntos un grave problema de índole florística tanto por la ingesta que produce la elevada población de montés existente como por la importante presión turística que soporta.
Las monteses costeras, antaño privilegio de los acantilados del lindero Granada-Málaga, ya no son en la actualidad un “endemismo” granadino-malacitano. Desde las proximidades de Nerja hasta las afueras de la misma capital de Almería las monteses colonizan de manera permanente y casi continua toda la franja litoral. Su presencia, posterior a la de los primigenios predios occidentales, no se debe esta vez a incendios ni otros acontecimientos bruscos. Tras la Guerra Civil, la falta de recursos era frecuente en el ambiente rural y la montés suponía un alivio para la hambruna. El campo estaba habitado, sus pobladores se dedicaban a la agricultura y la caza. Tiempos difíciles para la montés, que desapareció de muchos lugares y se redujo a inicios de la década de los 60 a exiguas y puntuales poblaciones en santuarios como Cazorla-Segura (y aledaños) o Sierra Nevada. Posteriormente, con el paulatino abandono del campo (éxodo hacia las ciudades) y la aparición tanto de cotos y reservas nacionales de caza como de legislación cinegética varia, la presión decreció, propiciando el resurgir de la especie, que poco a poco comenzó a colonizar numerosos territorios, hasta el punto de ser observada en nuestros días en localidades donde ni los más mayores la recuerdan (Vega de Granada, Montevives, Sierra Elvira, invernaderos de la costa oriental, etc). La curiosidad y confianza de la especie junto a la masificación del campo por parte del hombre en los últimos tiempos han colaborado sobremanera a que la montés viva en casi todos los ambientes, desde el nivel de mar hasta las cumbres más elevadas del macizo nevadense.
La imagen que presentamos este mes (sin recorte, como se ha indicado al inicio y es mi norma desde que dispare mi primer carrete de diapositivas, a inicios de los 80 del siglo pasado), no está procesada a blanco y negro. No, se mantiene el WB original (“Luz día”), así como los ajustes de luminosidad, contraste, etc. Tuve que realizar varios disparos seguidos, escogiendo la imagen en la que el macho aparecía más silueteado (variación a causa del movimiento del agua y, por tanto, de los brillos solares). La exposición tuvo que realizarse, como no podía ser de otra manera, a las altas luces y sobreexponiendo el valor arrojado por la cámara, mediante medición parcial en una zona de alta densidad de brillos (la medición puntual hubiera sido un arma de doble filo al variar la intensidad lumínica de los diferentes “focos” a causa del movimiento). Por el contrario, no utilicé la “Prioridad a tonos de altas luces”, que hubiera surtido su efecto de manera muy puntual (la mayor parte de los brillos continuarían “quemados”, sobreexpuestos). Esta función la tengo de manera preferente en el reducido menú de favoritos (muy rápido por ello de seleccionar), pero el temor a que el macho se desapuntalara del lugar pudo con dicha opción. Inmediatamente después de la ráfaga, hice rodar unos chinillos con el pie para llamar la atención del macho, que se giró apenas unos instantes hacia atrás (hacia la derecha de la imagen, mejorando el encuadre), para enseguida volcar y perderlo definitivamente de vista. La nueva ráfaga de imágenes no fueron de mi agrado, porque aunque la composición se mejoraba no hubo ninguna fotografía con una silueta del macho tan definida como la que ahora se presenta.
© Roberto Travesí
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