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Edición Mensual - Año XXVII | Nº 298 - Abril 2024

SECCIONES

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La Sierra de Baza

Costumbres y Tradiciones Históricas


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La vida de las gentes de la Sierra de Baza estaba básicamente dedicada a la minería, el pastoreo y a la agricultura de subsistencia. Los hombres dedicados a las tareas del campo y del ganado, las mujeres al cuidado de la casa y de los hijos, aunque también colaboraban en los cuidados del ganado y la agricultura, para la subsistencia diaria.

Las gentes de la Sierra eran alegres en general y les gustaba divertirse y pasarlo bien en las pocas ocasiones que se le ofrecían. El baile era la principal y única diversión existente: no se conocía más que el suelto con postizas y por parejas de sexo diferente; también se bailaban sevillanas, seguidillas, jotas, aunque el típico era el fandango. Normalmente se celebraban todos los domingos y días festivos, por la tarde/noche en alguna casa de amplia cocina de algún mozo o moza del lugar. No sólo acudían los jóvenes sino también los padres, madres, hermanos/as y casi toda la cortijada en la que se celebrase. Los ancianos y ancianas llevaban sus sillas. A la vez bailaban ocho o diez parejas: novios, pretendientes, amigos y amigas, etc. Una persona mayor tocaba la guitarra, otros los platillos y las mozas que descansaban tocaban las castañuelas. Además había otras diversiones: corros, la comba, columpios, juegos de prendas, la gallinita ciega y muchos más. Los mozos tiraban a la barra, los bolos, las carreras, levantar pesos y otros. Para los hombre en general, jugar a las cartas, pero, eso sí, sin mediar dinero ninguno. El vino consumido era pagado a partes iguales por todos. La satisfacción de ganar estaba en la coba y la befa que se daba. Los juegos de cartas habituales eran: la brisca, tres contra otros tres. Eran verdaderos expertos.

En la zona bastetana de la Sierra de Baza, la festividad más importante durante todo el año era la del Santo Patrón: San Nicolás, que se celebraba el 29 de agosto, fecha ideal por estar terminadas las faenas de siega y trilla, todavía no había empezado la sementera del trigo y de la cebada y sobre todo por estar pasando el verano allí los residentes de otros lugares. El acto más importante de la Fiesta consistía en la típica representación de Moros y Cristianos, que se celebraba hasta el año 1934, reiniciándose después en los años cuarenta. En importancia le seguía la Fiesta celebrada el quince de agosto, igualmente en El Moro, festividad de la Virgen.

Las demás fiestas no religiosas tenían su conmemoración en las diferentes aldeas, pero de idéntica manera que las descritas, en los párrafos anteriores. Un ejemplo de ello, eran los carnavales, en los que los serranos se desplazaban vestidos de máscaras por las distintas aldeas formándose bailes que duraban toda la noche.

La Navidad era completa para la infancia y la juventud. En todos los hogares se cocían varias hornadas de pan, roscas, bollos, pan de aceite, roscos de vino y aguardiente, mantecados. Se pedía el aguinaldo que correspondía a los chicos/as de diez a quince años, y finalmente en Nochebuena salían los matrimonios jóvenes y viejos con el resto de la familia e iban de casa en casa recogiéndose los vecinos hasta terminar juntándose todos los habitantes, provistos de zambombas y demás instrumentos ruidosos, cantando villancicos mientras se solicitaba el aguinaldo, comiendo y bebiendo hasta la saciedad.

La Semana Santa también era muy celebrada, ya que además de los tradicionales ayunos y celebraciones litúrgicas, se preparaban comidas típicas como el potaje de garbanzos o dulces, como los roscos fritos.

El Día de la Cruz, el tres de mayo, merece una mención especial: las mozas casaderas salían el día anterior recogiendo colchas de seda, mantones de Manila y objetos artísticos para vestir la Cruz con todo el ornato posible. La instalaban en una habitación interior, llena de flores y plantas olorosas. En la cocina se organizaba el baile que duraba tardes y noches toda la semana. Como dato curioso: en la confección de la Cruz sólo intervenían las jóvenes mayorcitas, de ninguna manera casadas o muy mayores. De ahí proviene el dicho serrano popular, cuando una mujer tardaba en casarse: "parece que se va a quedar para vestir Cruces".

Las festividades de San Antón, La Candelaria y San Blas, que duraban toda la noche, con cantos y corros a su alrededor, tenían una matiz especial ya que las lumbres y las hogueras eran las protagonistas.

El día de San Juan se conmemoraba con cierta solemnidad debido a los poderes milagrosos que se le atribuían para curar ciertas dolencias o minusvalías físicas (hernias de los infantes, agua milagrosa, etc).

Las bodas y los bautizos y otros acontecimientos importantes se festejaban siempre dentro de un entorno amistoso y familiar y de mutuo cariño, resultado de la solidaridad y confraternización en la dureza del entorno y las condiciones de vida tan extremas.

En los nacimientos de hijos siempre se avisaba a las mujeres del resto de los cortijos cercanos para que ayudaran. A veces acudía la matrona o se bajaban a Caniles o a Baza. En Rejano, Los Olmos y Balsillas había iglesias para bautizar a los recién nacidos, festejándolo con los familiares y vecinos. Era costumbre darle a la parturienta un caldo de gallina y chocolate, que decían le producía más leche materna.

Las bodasse celebraban en casa de la novia y se tiraban toda la noche bailando, comiendo y bebiendo con guitarras y bandurrias, cantando o contando chistes. Las mujeres que hacían las comidas se llamaban guisanderas, fabricando roscas de pan con la harina del trigo que se cosechaba en los cortijos, se metía en arcas y aguantaba muchos días. Se hacía arroz, carne en salsa, mistela, vino y se mataban a los cerdos, ovejas, cabras, etc.. Normalmente cuando se casaban los novios, no tenían casa independiente donde vivir y se iban a la casa de los padres del novio al que le daban una yunta para que se ganara el jornal. Cuando los matrimonios eran apañados se les decía a los hijos/as: " Te vas a casar con mi sobrina, hija o nieta... que tiene una peseta y nosotros otra y así juntamos dos pesetas".

En los entierros, se llevaba a los difuntos a alguno de los cementerios que existían en la Sierra: Rejano, Balsillas, El Moro y Los Mellizos. En los velatorios se hacía chocolate, se repartía coñac, vino, aguardiente, y un caldo para la vecindad que asistía a ellos. A veces había que llevar a hombros a los difuntos y se tardaba mucho en llegar al cementerio y se descomponían. A las personas que los llevaban le solían salir ampollas en los hombros, y se escurrían al subir o bajar los barrancos o pasar por veredas estrechas. A veces se utilizaban mulas para el transporte pero éste era muy dificultoso por los vericuetos del terreno. Según cuentan los más ancianos del lugar había que atar muy bien las cajas porque se caían cuando menos lo esperaban.

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