La Cabra Montés: monografía de una especie en la provincia de Granada
Los ardores del celo
Por Roberto Travesí
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88 mm, 1/250 s, f/2.8, ISO 400 (imagen sin recorte)
Modo de disparo: Manual
Formato: RAW+JPG
Canon EOS 7D Mark II, Canon EF 70-200 mm f/2.8L IS II USM, a pulso (con estabilizador)
Noviembre es tiempo de combates. Aunque a lo largo de todo el año es posible observar testarazos (en parte favorecidos por el gregarismo de la especie), es en la época de celo cuando su virulencia se hace extrema, llegando a sobrepasar de manera excepcional la hora de topetazos.
En el interior de nuestra provincia y a finales de octubre ya es posible encontrar algún machejo con la cola levantado, cotejando a alguna hembra; pero el fuerte se centra ya a mitad de noviembre, prolongándose incluso hasta Navidad. No ocurre así en la costa. La termicidad de la misma hace que el celo se retrase levemente con respecto al interior. Sin embargo, estos años climatológicamente anormales el patrón se rompe, adelantándose la época de celo. Es cierto que antaño la montés no se encontraba en localidades en las que hoy día sí es posible hallarlas con abundancia, y que tampoco personalmente haya podido realizar un seguimiento metódico de las distintas poblaciones y su fenología. Este año y antes de las últimas e importantes lluvias, por ejemplo, ya había celo el 1 de octubre en la costa oriental granadina (de Motril a Almería, hecho documentado entre otros por mi amigo Juanma Marín). Tras dos visitas a la citada franja costera los días posteriores y observando la extensión del celo en varios puntos, continué sorprendido de por qué no había atisbo de celo en la franja costera opuesta (de Salobreña hasta Málaga, incluyendo la provincia vecina). El relativo aislamiento de dicha población oriental a causa de la autovía no debe tener nada que ver con este hecho. Finalmente, el 22 de octubre de este año ya hay algo de celo en la zona costera de Benalmádena (observación realizada por mi gran amigo montesero Sebastián García Acosta, de Frigiliana, quien aún no contempla el inicio de los amoríos en la falda de La Almijara).
Ante este panorama, habría que reflexionar acerca del patrón del celo. Porque excepciones siempre existen, como descubrir en marzo de 2016 un macho encelado a escasos metros de un rompeolas de nuestro litoral. Es un hecho corroborado a lo largo de los muchos años tras las monteses que el celo en la costa occidental es más tardío (al menos en su primera población, que se remonta a finales de los años 70 e inicios de los 80 del siglo pasado). No obstante, atendiendo, al tiempo de los partos, en los que la madre debe tener mayor abundancia de ingesta para así ofrecer la mejor leche a su retoño, no sería descabellado pensar que debiera ser al revés. Por el contrario, el celo del íbice alpino tiene lugar más tarde que el de nuestra cabra (mitad de diciembre y enero), algo lógico si se piensa que de ser coincidente con el nuestro los alumbramientos tendrían lugar en fechas climatológicamente adversas, con nieves incluidas. En nuestra tierra, los chotos nacen sobre todo en mayo, prolongándose hasta junio (excepcionalmente a inicios de julio en las alturas nevadenses). En esas fechas primaverales el pasto está ya agostado en la costa, mostrando su máximo esplendor en febrero y marzo (también hay que tener en cuenta que esta especie es más ramoneadora que pascícola). Por tanto, no sería incoherente pensar que el celo se adelanta en la costa para hacer coincidir la mayor disponibilidad de ingesta verde con la aparición de los chotos. Esta teoría vendría avalada no solo por las observaciones de este año en la costa oriental granadina, sino que también porque a finales de abril ya se observan algunos chotos al pie de La Almijara (como algunas veces ha observado Sebastián García Acosta). En definitiva, sería interesante poder reunir a técnicos con experiencia y personas “fieles” a las monteses de larga trayectoria para debatir sobre el asunto (no debiendo de faltar entre otros un buen amigo, Jose Enrique Granados, del Espacio Natural de Sierra Nevada).
La imagen, obtenida en noviembre de 2015 en la costa occidental granadina, pertenece a una ráfaga de 10 fps. He escogido una de las más llamativas, que no se corresponde precisamente con la primera del macho más erguido (la aquí publicada sería la cuarte de la serie). Es cierto que el diafragma está demasiado abierto, pero la corta focal utilizada y el ya “elevado” ISO (en el formato APS-C) me llevaron a obrar así a pesar de lo inadecuado que pudiera pensarse (mis manías sobre la calidad sin ruido…). Por supuesto, si observamos el RAW original comprobaremos que el macho de la derecha está completamente a foco, dados los 88 mm de focal y la distancia de toma. Tampoco pretendía congelar el movimiento como en meses anteriores, con lo que la obturación utilizada permitiría que el macho erguido saliese algo movido… el problema es que se giraron de pronto. Si se pincha sobre la imagen, aparece esta a mayor tamaño junto a otro fotografía del inicio de la pelea, cuando medían las fuerzas. Esta nueva fotografía, situada sobre la anterior en su margen derecho superior, fue realizada a 90 mm, 1/60 s, f:5.6 e ISO 100, con estabilizador (aunque estaban en igual plano los machos, diafragmé algo para mayor profundidad de campo).
Lamentablemente la pelea fue corta, no pude grabar video; tampoco quise hacerlo en Gredos días después, a pesar de observar varias peleas en el mismo viaje… y es que aunque siempre pienso que tras tantos años y a pesar de haber fotografiado numerosas contiendas debería de filmar la siguiente… lo impresionante del momento me lleva siempre a desestimar esa opción. Todo un error mayúsculo.
© Roberto Travesí
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