Relatos y Leyendas de la Sierra de Baza
La Trilla
Por José Valdivieso Sánchez
© Proyecto Sierra de Baza
Antigua era de trilla en la Sierra de Baza
Tanto la siega a mano, con hoz, como único medio de recolección de los cereales, como la posterior trilla de las mieses en las eras, ponía fin a las labores de recolección de cereales, cuyos preparativos se habían iniciado el otoño anterior con la siembra. No es de extrañar, por tanto, que torno a esta actividad tuviera lugar todo un ritual y actos, con los que se festejeaban la feliz consecución de la deseada cosecha.
Redondo, redondo como la luna,
en el verano come,
y en el invierno ayuna.
La actividad agrícola ha sido siempre una ocupación mayoritariamente difundida entre los habitantes de cualquier sierra y su entorno, si bien la mecanización y las nuevas técnicas han transformado el quehacer diario en esta actividad.
Sin embargo hasta no hace mucho tiempo el trabajo era manual y con la ayuda de animales era la única forma de hacer las cosas. El ejemplo más palpable de este estilo de vida seguramente es el del trabajo en las eras, en las que, durante el verano, se concentraba gran parte de la vida agrícola. En ella curtidos agricultores, jóvenes, niños e incluso mujeres, pasaban los días de calor tratando con animales y herramientas, y esperando que entrara el viento que facilitaba la tarea.
Una vez secos los campos de cereales y legumbres, se procedía a segarlos o arrancarlos, todo de forma manual, agrupando las mieses en grandes manojos llamados gavillas. Las gavillas eran recogidas del campo y cargadas en mulos para ser trasladadas a la era. Es el proceso denominado barcina. Dado el poco peso de las mieses pero el mucho volumen que ocupaban, la carga de los mulos era más cuestión de equilibrio que de peso.
Después de que las mieses eran descargadas en la era, donde se procedía al empalvado. Labor consistente en soltar y distribuir las gavillas sobre el suelo formando un circulo, constituyendo lo que se llama la palva.
A partir de entonces comenzaba la trilla, primero mediante un pisoteo de los mulos para aplastar la palva y luego con la ayuda de un rulo o trillo que conseguía triturar la paja y sacar a las semillas de su envoltura.
Lo siguiente era aventar, es decir, lanzar hacia arriba la mezcla de semillas y paja que dejó la trilla, para que el viento las separe por su diferencia de peso. Por este motivo las eras se construían en lugares expuestos y aireados. Este trabajo a veces se convertía en pesado e interminable, sobre todo cuando el viento no hacía acto de presencia o era cambiante. Para estos casos, una pequeña banderola de tela colocada en un borde de la era tenía gran utilidad, ya que desde la preciada y escasa sombra que otorgaba la pared del cortijo o un árbol cercano, y junto aun buen y fresco botijo, se comprobaba si había un viento propicio.
Para finalizar solo quedaba poner a buen recaudo el fruto del trabajo, el grano al granero y la paja al pajar. Animales y hombres obtenían la recompensa a su duro trabajo.
Tras las dos jornadas de intenso trabajo que solía requerir todo el proceso, no había descanso posible ya que era necesario comenzar de nuevo hasta completar toda la cosecha.
Pausilipo Oteo Gómez, describe cómo era esta actividad en la España rural, con unos apuntes muy interesantes y extrapolables a la Sierra de Baza:
La mies, o sea el trigo, cebada, avena y centeno se segaba a partir del mes de julio, normalmente después de la Virgen del Carmen, la mayor parte de los vecinos del pueblo se desplazaban a los pueblos, a comprar lo que se necesitaba para pasar la siega; un par de botijos que hacían el agua fresca, bacalao, cebollas, etc. etc. y algunos compraban un cerdo o dos, jóvenes, para criarlo y con el que en el mes de diciembre o enero del próximo año, hacían la matanza, que era el tiempo que mejor se curaban los chorizos, jamones y demás zarandajas (cosa menuda).
Antes de empezar la siega había que hacer los “vencejos”, que procedían de las gavillas de centeno que no habían sido trilladas el año anterior, los granos de estas gavillas se sacaban dando golpes sobre el trillo o en una piedra, una vez sacado el grano, se ataban en manojos, se llevaban al pilón de la fuente o a un arroyo si había agua, se metían las cabezas para que una vez remojadas cogieran correa, seguidamente se ataban por las espigas en manojos pequeños con un nudo especial, y se guardaban hasta el día que se iba a segar.
En la siega se llegaba al tajo entre dos luces, cada uno con su hoz y su zoqueta, ésta última que era de madera, hueca por dentro para poder meter cuatro dedos de la mano izquierda con el fin de resguardarlos de la hoz y al mismo tiempo era la que recogía las manojos de la mies que cortaba la dicha hoz, las cuales se habían haciendo montones en los surcos, para después con estos montones de gavillas hacer los haces, que se ataban con los “vencejos” que se habían llevado remojados y metidos en un saco para que guardaran la humedad, en previsión de que no se partieran al atar los haces.
Cuando llegaba el tiempo de la siega intervenía toda la familia, hasta los de 12 años de edad, incluso la madre aunque tuviera algún niño de pecho, las familias en aquella época eran largas, compuestas normalmente de seis a diez hermanos, los de 12 años para abajo se quedaban en casa guardando a los más pequeños, se les metía a todos en una habitación exenta de muebles, si alguno mamaba, en la cuna si es que la había, y para los demás unas mantas en el suelo y algún juguete que había hecho el padre en los meses de invierno.
Antes de marchar al tajo y sin tiempo de lavarse la cara, los mayores bebían un par de copas de aguardiente, con unos trozos de torta de chicharrones, para almorzar, chorizo y jamón con unos buenos tragos de vino, en la comida, el cocido unos días, otros patatas con tocino o carne con patatas, el postre de fruta no existía y además no había costumbre, la bota de vino no faltaba, incluso se bebía entre comidas, para refrescar la boca, primero un trago de vino, después otro del botijo, ambas se metían en un hoyo arropadas con una manta, con el fin de que guardaran el frescor. La mayor parte de los días se comía en la parcela a la sombra de un árbol o cosa semejante.
El rato que teníamos para descansar después de comer, era casi imposible soportarlo: tábanos, moscas, mosquitos y algún que otro insecto, no te dejaban en paz, pero era tanta la necesidad de dormir que no te debas cuenta de que estaban picando, luego una vez despierto, veías los habones que habían dejado las picaduras.
La madre si en la casa había algún niño de pecho, se venía un par de horas antes de la hora de comer, con el fin de preparar las viandas que llevaría el acarreador y para dar de mamar al niño, esto último se convertía en un problema, como la madre venía normalmente sudorosa y cansada, el niño lloraba a todo pulmón por que quería mamar, ante tantos lloros, no tenía más remedio que darle el pecho, aunque no fuera más que por no verle llorar, pero esta leche más caliente que lo debido o por lo que fuera, le originaba al pequeño un malestar, más tarde una diarrea y a los seis u ocho días tocaba el campanil en la torre de la Iglesia, con aquel sonido cadencioso, anunciador de la muerte.
El verano era mal tiempo para los niños de pecho, estoy refiriéndome a la década de los años cuarenta.
En aquella época se segaba a hoz, una vez terminada la siega, se empezaba a acarrear los haces con las caballerías, a éstas después del aparejo normal, se les ponía la “jalma”, después las “jamugas “ bien prietas a la barriga del animal, se colocaban tres haces de unos 25 a 30 kilos de peso a cada lado de las “jamugas “, se les llevaba a la era, y cuando se terminaba de segar al finalizar el día en las parcelas, había que ir a la era a poner los haces que se habían traído durante la jornada, en el “tresnal” o sea bien apilados en forma de pirámide, con el fin de que ocuparan poco espacio para más tarde poder trillar y en caso de lluvia se escurriera por la parte externa de los haces. También se acarreaba con carro, siempre que los barrancos, acirates u otros inconvenientes no lo impidieran, una vez toda la mies en la era, que esto solía ser a mediados de Agosto, se empezaba a trillar, siempre que el tiempo lo permitiera, ya que en caso de lluvia o faltar el Sol, era imposible y no había que intentarlo.
Cuando el tiempo aclaraba y llegaban los rayos del sol, una vez que el rocío de la mañana se había secado, se empezaban a sacar los haces del tresnal con el fin de extenderlos por toda la era, después se cortaban los “ vencejos “ con una hoz o cosa semejante, seguidamente las gavillas que en la parcela habían servido para hacer los haces, eran desmenuzadas lo más posible, con el fin de que el trillo lo encontrara más llano, y los animales dieran vueltas a la parva en mejores condiciones .
Ya tenemos a las dos caballerías uncidas con el “ubio”, que con unas sogas dispuestas para que no se rozaran, se ataban a un travesaño, y éste con una argolla, se unía a un gancho que llevaba el trillo y en estas condiciones empezaban los animales a dar vueltas a la parva, al medio día, tanto los animales como las personas descansaban, no les hacía falta reloj, tampoco los había y menos de pulsera, cuando en la fachada este de la torre empezaba a ponerse en sombra, era medio día, en aquel momento las personas a comer y a las caballerías a darles agua en el pilón de la fuente.
La comida no duraba mucho, y menos si amenazaba tormenta, otra vez a lo mismo, los animales a dar vueltas con el fin de hacer las pajas de la mies cada vez más pequeñas, para dárselas a comer en los meses de invierno a las vacas, ovejas, etc.
Una vez terminado de trillar, se procedía a pingar la “parva “ ya que al otro día, se extenderían los haces alrededor de ella, normalmente no se abeldaba (aventar para separar el grano de la paja) hasta que no se terminaba de trillar el trigo, pero si alguna noche hacía un buen viento solano, se aprovechaba, y los mayores de la casa pasaban allí la noche separando el trigo de la paja, para tal fin, se empleaba el “bieldo” que consistía en un palo largo y en el extremo inferior, unos trozos de madera o de hierro en punta con los cuales se levantaba la paja y el trigo al mismo tiempo, encargándose el aire de separarlo, a la mañana siguiente, el trigo se cribaba, se metía en sacos y por medio de las caballerías, se llevaba al granero, la paja se ponía a un lado de la era, con el fin de poder trillar el mismo día, y de esta forma un día y otro hasta que terminaba de trillar el trigo, la avena, centeno y cebada, que eran las mieses que sembraba el labrador medio.