Etnobotánica de la Sierra de Baza
Fichas de Flora - Plantas del Parque Natural Sierra de Baza
Cebada (Hordeum vulgaris)
Espigas de cebada ya maduras y granadas, listas para la recolección.
© José Ángel Rodríguez
La cebada es uno de cultivos que ha acompañado al hombre desde la antigüedad, prácticamente desde que en el Neolítico dejó de ser cazador-recolector para convertirse en cultivador (agricultor) y ganadero. La economía neolítica de los primeros pobladores europeos se basaba en los cereales, con aportes de leguminosas y un cierto complemento de ganadería. En estas primeras etapas de culturización del hombre, desempeñó un papel muy importante el cultivo de la cebada, particularmente en las zonas más frías y del interior, al ser la primera mucho más resistente a las temperaturas frías que dominaban en esta época de la historia. La cebada, como forma domestica de una hierba silvestre, tuvo mucha importancia en las primeras fases del Neolítico europeo, habiéndose encontrado en su forma salvaje en prácticamente todos los yacimientos neolíticos de la Región Mediterránea que se han estudiado, al tratarse de una planta anual, de fácil cultivo, con un alto contenido calórico y muy adaptadas a ambientes áridos y semiáridos. Hasta tal punto fue crucial en la vida del hombre europeo la cebada que se estima que junto al trigo fueron los alimentos fundamentales de la economía neolítica.
La cebada es un cereal, perteneciente a la familia de las gramíneas, con ciclo anual, que alcanza entre 20 y 120 cms. de altura, cuenta con grandes hojas lanceoladas que se descuelgan del tallo, que termina en una inflorescencia en espiga, con tres espiguillas en cada nudo del raquis.
Con las denominaciones de “cebada de dos carreras” y “cebada de tres carreras”, se alude a que cuando en cada espiguilla, con una flor cada una, sólo es fértil la flor central estamos ante la cebada de dos carrera, también llamada cebada cervecera; mientras que cuando son fértiles las tres flores estamos ante la llamada cebada de cuatro o de seis carreras, la llamada cebada caballar. De la cebada ha sido tradicionalmente aprovechado tanto el grano de cebada como la planta entera para forraje, utilizándose en la alimentación animal, uno y otro caso.
Para la alimentación humana también es aprovechada la cebada actualmente, aun cuando su mayor aprovechamiento humano es para la fabricación de cerveza, mediante el malteado de la cebada, el que consiste en hacer germinar la cebada, para lo que se suele dejar el grano durante unas doce horas sumergido en agua, para trasladarlo húmedo a un silo de madera donde se deja extendido el grano y se va humedeciendo hasta que éste comienza a germinar, tras lo que se deja secar al sol, teniendo ya la base para la elaboración de la cerveza, en la que nos vamos a extendernos, dadas las características de esta publicación.
En la medicina popular, también se ha utilizado la cebada en una variedad de remedios caseros a lo largo de los siglos. Así algunas curas se basaban en la preparación de una bebida del grano hervido en agua durante una hora. Para el malestar estomacal o para aliviar las úlceras, se bebe el líquido solo; se toma con jugo de limón para la diarrea. Con la cebada también se preparaba una pasta o masa mezclándola con agua que se depositaba en las zonas quemadas del cuerpo a modo de cataplasma. Si bien quizá sea su uso como sucedáneo del café (café de cebada) la mayor aplicación etnobotánica que ha tenido en nuestra zona este producto, por su fácil obtención, bajo precio y carecer de la cafeína que acompaña al café tradicional. Su elaboración es muy sencilla y para ello se debe de efectuar el tostado de la cebada, hasta adquirir un aspecto marrón oscuro, casi negro, tras lo que se cuece el producto obtenido en agua, con el colado del líquido resultante se obtiene un café de muy buen sabor, que se debe de tomar caliente, con azúcar al gusto. Cuando se toma frío es denominado “te de cebada” consumo que aunque está muy extendido en los tiempos actuales en muchos países asiáticos, con el nombre de mugicha, también se consumía en las jornadas calurosas de verano en nuestra zona, poniéndole unas ramas de canela en la cocción, para darle sabor y aroma. Una práctica muy sana y económica que bien podríamos recuperar.