Etnobotánica de la Sierra de Baza
Fichas de Flora - Plantas del Parque Natural Sierra de Baza
Muérdago (Viscum album)
© José Ángel Rodrígez
Arbusto del muérdago, en el que se aprecian sus frutos completamente maduros, las ramas articuladas, en cuyo punto de unión arranca un par de hojas paralelas, así como el punto de conexión con la rama de pino en que parasita. Sierra de Baza. Diciembre-2015.
Planta parásita, ramificada de color verde-amarillento o áureo y de porte por lo general esferoide, que pueden alcanzar un metro de longitud. Está formada por numerosos tallos articulados que se rompen fácilmente en los puntos de articulación, en los que nace un par de hojas opuestas de 2 a 8 cms. de longitud, gruesas y coriáceas, con destacada nervatura (paralelinervias). Se trata de una planta dioica (hay pies masculinos y femeninos), siendo, el fruto de los pies femeninos, una drupa que se asemeja a una baya, por lo que se denomina falsa baya, de un color verde cuando no está madura y de color blanco puro (semejante al marfil) ligeramente traslúcido, cuando alcanza la madurez, que contiene en su interior una sola semilla redondeada y aplanada, que aparece rodeada de una pulpa viscosa, de donde proviene su nombre científico (Viscum = viscoso, en latín).
El muérdago es una planta que ha atraído al hombre desde la antigüedad, rodeándola de un aura de magia y misticismo. Por el hecho de crecer exclusivamente sobre los árboles, fundamentalmente coníferas, aunque también puede hacerlo sobre manzanos, perales, álamos, sauces u olivos, se interpretaba en la antigüedad como que era una planta que no pertenecía a la tierra, sino que venía del Cielo. No andaban muy desencaminados los antiguos, en cuanto que hoy sabemos que el muérdago no tiene contacto alguno con el suelo, sino que se reproduce a través de las aves, con las que establece una perfecta simbiosis, de modo que a cambio de servirle de alimento contribuyen a su dispersión natural, de tal suerte que al posarse el pájaro que ha consumido este fruto y pasar el mismo por el sistema digestivo del ave, junto con sus excrementos, se deposita la semilla en las ramas, que gracias a esta unión viscosa que forma la semilla y el excremento del animal, queda unida a la rama donde germina una plántula, que tras desarrollar unas rudimentarias raíces conocidas como haustorios (órganos suctores especiales) penetra en la cubierta vegetal de la planta hospedante, a través de la cual atiende las necesidades de agua y sales. Este proceso, si bien no perjudica de forma general a los árboles, siendo capaces de vivir con éste huésped, sí puede afectar a su supervivencia y vitalidad cuando están muy invadidos por el muérdago o porque el ejemplar esté debilitado por falta de agua o por vivir en suelos pobres, pudiendo suponer la muerte del árbol afectado por el parásito.
En la mitología clásica, encontramos numerosas referencias al muérdago. Así se cuenta en la mitología griega que Eneas abrió la entrada del infierno con una vara mágica de color dorado fabricada con muérdago. Planta a la que se alude en la Eneida con nombres tan sugerentes como el de “áureo ramo” o “áureo follaje” (áureo = oro, en latín). Tradición que se ha arrastrado posteriormente en otras culturas, de modo que se ha considerado que “el muérdago es el pasaporte para entrar y salir de los abismos, para cruzar los umbrales de las puertas”, como relata el escritor Ignacio Abella en su libro “La Magia de los Árboles”, cuando se ocupa con rigor y detalle de esta especie, de la que cita innumerables tradiciones, que nos llevan a la leyenda germánica del dios Balder, hijo de Odín y de Freya, que personifica la bondad, la belleza y la inteligencia, y al que su madre protegió con el mágico arbusto del muérdago “que no pertenece a la tierra”, o la leyenda de Perséfone cuando desciende a los infiernos y regresa victorioso, o la de la corona hecha de muérdago del Rey del Bosque de Nemi, gracias a la cual se convierte al mortal terrestre en intermediario de la divinidad, o a la de la propia Cristiandad. Sin olvidarse, como señala este mismo autor, del aspecto esotérico y simbólico que rodea a esta mística planta para franquear otras puertas de nuestros subconscientes, como es la de los sueños. Así cuenta Ignacio Abella que en Gales (Francia) para obtener sueños proféticos se recogía una ramita de muérdago en la noche de San Juan (fecha que se repite en numerosos ritos y no solo relacionados con el muérdago) y se colocaba ésta bajo la almohada, alcanzándose esa noche sueños que luego se cumplían.
El médico y filósofo árabe Averroes (1126–1198) también ha elogiado los poderes del muérdago, sobre cuya planta decía que “penetra en el cuerpo profundamente, disolviendo los tumores que extrae”.
Pero sin duda donde alcanzó el muérdago una mayor relevancia fue en el mundo celta. Para los celtas existía una relación muy estrecha entre lo humano y la naturaleza, de la que se consideraba que manaba una energía que fluía hacía los hombres, haciéndose necesario controlar o neutralizar. Por eso cada comunidad necesitaba establecer una relación amistosa con estos poderes, a los que se debía seducir con sacrificios realizados por los druidas, los que simbolizaban la unión de lo religioso con los político y los mágico, lo que les hacía ser vistos inmersos de un extraordinario poder en la sociedad celta.
Cuenta el historiador Ramón Álvarez Arza (2004) al ocuparse de los celtas, siguiendo a Plinio, que la medicina druida se basaba en la magia y su elemento fundamental era el muérdago, símbolo sagrado de la inmortalidad, que se recolectaba en invierno “el sexto día de la luna”, fecha que en el calendario cristiano coincide con otra fecha también muy importante la Navidad. En aquella ocasión un druida, vestido de blanco, cortaba la planta con una hoz de oro, para no profanar la planta con metales innobles, y sin que tocara el suelo, para que mantuviera su procedencia fuera de la tierra, se depositaba en un manto blanco, momento en que se sacrificaban dos toros, también blancos. Toda una serie de poderes se le atribuían por los celtas al muérdago, así se consideraba que el muérdago tomado en la bebida por los animales, les daba fecundidad, y las mujeres con solo llevarlo colgado del cuello les ayudaba a concebir. También era considerado un remedio contra la epilepsia, que entonces era considerada como un estado de posesión diabólica la que con ayuda de esta planta sagrada permitía expulsar el mal del cuerpo de la víctima, como se usaba como remedio o antídoto contra numerosos venenos, al considerarse que podría contrarrestar con su fuerza celestial el mal terrenal del veneno.
Debe de tenerse presente que las drupas del muérdago, aun cuando son consumidas por las aves, para las que es un alimento muy apreciado en invierno, particularmente para los zorzales, cuando faltan otros frutos silvestres en nuestros montes, son venenosas por lo que, aun cuando esta planta tiene múltiples aplicaciones medicinales, habiendo sido utilizado para luchar contra la artrosis, tumores malignos (cáncer), epilepsia, arteriosclerosis, anemias y tuberculosis, así como para aliviar verrugas y necrosas, vamos a omitir todas estas aplicaciones, al tratarse de usos que de deben prescribirse y emplearse por facultativos especialistas.
Otro animal que también hace uso del muérdago, con una práctica etológica no muy conocida, es la garduña, que consume sus frutos utilizándolos, bien para limpiarse infecciones intestinales o como alimento, de modo que es fácil ver este excremento de la garduña en lugares como la Sierra de Baza, donde es muy abundante el muérdago llegando a constituir plaga. En estos excrementos se aprecian visualmente los huesecillos verdes y aplanados del fruto del muérdago (en la ficha de la garduña se publica una imagen de estos excrementos). Estas semillas de muérdago que deja la garduña al caer en el suelo no germinan, por lo que se terminan perdiendo, a diferencia de las que dejan las aves depositadas en las ramas de los árboles, permitiendo que de ellas sí germine una nueva planta.
En la Sierra de Baza (Granada), el muérdago, que pertenece a la subespecie austriacum (Viscum album subsp. austriacum), es una planta ocasionalmente frecuente en determinados lugares, que crece exclusivamente sobre pinos, particularmente en pinos laricios (Pinus nigra), siendo muy abundante en zonas como el entorno de Narváez-Barranco del Peral o el Barranco de la Fonfría, donde ha llegado a constituir plaga que ha supuesto la muerte de muchos árboles adultos, aun cuando también está presente en otros lugares como en el entorno de la aldea de Bastidas o el Barranco de la Fábrica del Rey.